Una mirada a la vida bajo el continente congelado revela un mundo colorido y vibrante, en el que prosperan en las aguas heladas pingüinos, focas y otras criaturas más exóticas. 

TEXTO Y FOTOGRAFÍAS DE  LAURENT BALLESTA 

En la mañana, cuando llegamos  a pie desde Dumont d’Urville, la  base científica francesa en la costa  de Adelia en la Antártida oriental,  tenemos que romper una capa delgada de hielo que se formó sobre el  agujero que taladramos el día anterior. El agujero atraviesa tres metros de hielo flotante. Llega hasta el mar y es suficientemente ancho  para que pase una persona. Nunca  habíamos intentado bucear por  una abertura tan pequeña. Yo voy primero.

Me retuerzo a través del agujero. Al momento de sumergir- me en el agua helada, volteo y veo una imagen aterradora: el agujero se empieza a cerrar tras de mí. La superficie del mar helado, vista desde abajo, es una membrana lechosa de cristales de hielo flotante. Mi descenso los puso en movimiento y convergen hacia el agujero. En cuanto muevo un brazo entre el aguanieve gélida, ya casi tiene un metro de espesor. Sujeto mi cuerda de seguridad y me impulso hacia arriba, centímetro a centímetro. Finalmente, una mano toma la mía y me jala hacia el aire. Por hoy se termina el buceo..., pero apenas es uno de 32. 

Vine aquí con otro fotógrafo, Vincent Munier, por invitación del cineasta Luc Jacquet, que trabaja en la secuela de su éxito de 2005, La marcha de los pingüinos. Mientras Jacquet lma los pingüinos emperador y Munier los fotografía, mi equipo docu- mentará la vida bajo el hielo marino. En invierno, el hielo se extiende hasta 100 kilómetros, pero hemos venido en octubre de 2015, a inicios de la primavera. Durante 36 días, mientras el hielo se rompe y se retira a unos cuantos kilómetros de la costa, bucearemos bajo él a una profundidad de hasta 70 metros. 

No te pierdas el reportaje completo en Revista National Geographic • Julio de 2017.